Hace unos pocos años, durante el primer aniversario de mi mandato como vicerrector de Comunicación de la UMU, una revista científica «detractó» una veintena cantidad de artículos a un exprofesor de mi universidad, ahora (afortunadamente) «catedrático» en una «universidad» privada cercana. Recuerdo una mañana respondiendo preguntas de algunos medios de comunicación locales, a media mañana nacionales, que demostraron un interés por la noticia inusitado y, al mismo tiempo, fiel reflejo de lo que la universidad representa para la sociedad, el sitio donde se forma a las personas encargadas de las profesiones, las artes, las ciencias, donde se investiga y se conserva la cultura, y se forman los nuevos maestros y maestras (esto no es mío, es de Ortega y Gasset en su discurso «Misión de la Universidad«).
Cuando un artículo científico (o un conjunto de artículos) se retracta, significa que se ha puesto en duda su integridad (su calidad científica) y que se han retirado formalmente de la publicación. La retractación es un mecanismo utilizado para corregir el registro científico cuando hay problemas graves con la investigación, como errores, mala conducta o datos fraudulentos.
Se trata pues, de una medida seria que sólo debe tomarse tras una deliberación exhaustiva por parte del editor, los redactores y, a veces, el autor o los autores. Los motivos de la retractación suelen exponerse en un aviso que se publica en la propia revista afectada y en las bases de datos en las que ese artículo o artículos hayan sido indexados. La mala praxis de los autores suele ser la causa de estas detractaciones la mayor parte de las veces.
Los artículos retirados se eliminan del sitio web de la revista. También se pueden dejar y añadirles (como en la imagen anterior) una marca de agua u otra indicación de que han sido retirados. Esto ayuda a evitar que otros investigadores presten atención en el futuro en una investigación defectuosa o fraudulenta, lo que podría tener consecuencias negativas para el progreso científico. Los editores de las revistas científicas no pueden poner en juego el prestigio de sus publicaciones, el principal medio de comunicación científica desde los tiempos del ‘Journal des Scavants‘ o la ‘Philosophical Transactions‘, por lo que se toman muy en serio los casos denunciados.
Los científicos solemos trabajar en instituciones públicas, que pagan nuestros salarios y sufragan los gastos de las infraestructuras, equipos y proyectos de investigación. Sabemos que el dinero público tiene nos límites y que no hay para todos. Un año se puede poner en marcha un laboratorio en biotecnología de último nivel, es posible que no haya dinero para explorar una cueva donde creemos que hace treinta mil años vivieron los neandertales. Por ello, quienes reciben esos fondos deben devolver a la sociedad, con su trabajo honrado y, si es posible, con creces, esa inversión llevada a cabo por los ciudadanos y ciudadanas.
La transparencia en la actividad investigadora es totalmente necesaria y, por eso, los resultados de la investigación deben estar accesibles en abierto para el resto de la comunidad científica. En realidad no solo los resultados, los conjuntos de datos deben estar depositados en repositorios de libre acceso también.
Por ello, casos como el denunciado en la Universidad de Córdoba hace unos días, donde un «investigador» ha sido sancionado con suspensión por 13 años de empleo y sueldo por mala praxis abusiva y repetitiva en sus investigaciones (ha llegado a publicar artículos cada 37 horas en el campo de la Química Verde), son verdaderos lunares que obligan a plantearnos diversas cuestiones:
La primera: el sistema de promoción de la carrera docente e investigadora valora mucho más la investigación que la docencia. Eso es algo congénito en España (en Portugal también me cuentan mis amigos de la Universidade do Minho). España no es una potencia del i+d+i mundial, pero somos casi imbatibles en artículos publicados en revistas científicas internacionales, últimamente con los gastos de publicación sufragados total o casi totalmente con fondos públicos. ¿No parece incongruente?
En segundo lugar, incluso pudiendo asumir lo anterior (como lo de «pulpo animal de compañía» del anuncio), ¿de verdad existe tanta revista científica de calidad para que esto se lleve a cabo? Está claro que revistas existen, pero que buena parte de ellas (muchas de reciente aparición y rapidísimo crecimiento en los índices de impacto) han rebajado sus niveles de exigencia y calidad editorial también es cierto. Y encima, asistimos «cuasi» impávidos a la reciente aparición de muchas publicaciones que parecen haberse creado específicamente para acoger estos articulos «masivos» y cobrar APCs (gracias al Plan-S), sin apenas llevar a cabo procesos de revisión medianamente serios.
Llegados a este escenario, enfrente de un enemigo superior en número y armamento (el dinero), ¿podemos hacer algo? Lo cierto es que acabar con este negocio apoyado por fondos capital-riesgo se aventura complicado, pero no debemos quedarnos impasibles. En esta «batalla», la transparencia de los procesos editoriales se antoja como decisiva, sin olvidar que esa transparencia es un aspecto fundamental de la Ciencia Abierta porque fomenta la responsabilidad, la reproducibilidad y la fiabilidad de la investigación. Al compartir los datos, métodos y resultados de la investigación, los científicos aumentamos la calidad y el impacto de nuestras investigaciones, facilitaremos la colaboración y la innovación, permitiendo también que se verifiquen nuestros resultados y conclusiones.
La transparencia es esencial para alcanzar estos objetivos, garantizando que la investigación se lleve a cabo de forma ética y rigurosa, y que los resultados sean fiables y reproducibles. La información transparente sobre los métodos y resultados de una investigación permite a otros investigadores reproducir el estudio y validar sus conclusiones. Del mismo modo, el acceso abierto a los conjuntos de datos de la investigación permite volver a analizar los datos y probar hipótesis alternativas, lo que puede conducir a nuevos conocimientos y descubrimientos. Ademas, está claro que la transparencia ayuda a prevenir prácticas científicas indebidas, como el plagio y la falsificación de datos, porque permite detectar y denunciar estos problemas. Otro motivo más para evolucionar hacia la CIencia Abierta.
También hay casos donde la apertura de resultados y conjuntos de datos permite a la comunidad científica corregir errores presentes en las investigaciones. Casi todos recordaremos el tremendo error del «Experimento Opera» que afirmaba que los neutrinos podían llegar a velocidades más allá de la de la luz («superlumínica» es la palabra). La publicación de la investigación en abierto, en el repositorio Arxiv creo recordar, permitió rebatir la misma y el CERN, que participaba en el experimento original detectó fallos en el instrumental con el que se había llevado a cabo el experimento. Los autores de la investigación no cometieron mala praxis, solo se equivocaron, y eso se corrigió.
En resumen, la transparencia es un aspecto fundamental de la Ciencia Abierta que fomenta la credibilidad, fiabilidad y utilidad de la investigación científica. Al adoptar prácticas transparentes, los científicos pueden aumentar la calidad y el impacto de sus investigaciones, promover la colaboración y la innovación y contribuir al avance del conocimiento.